jueves, 27 de mayo de 2010

Hace 10 años...

Hace 10 años no estaba en Barcelona, estaba en Valencia. Tenía por aquel entonces 15 años. Era un poco más bajo, tenía más pelo y era rubio por decoloración, fue una de esas cosas que haces cuando eres joven y que 5 bienios después hacen que te lleves las manos a la cabeza a la vez que te preguntas “¿En qué estaría yo pensando cuando lo hice?”.
Como iba diciendo, hace 10 años estaba en Valencia con motivo de la Final de Copa del Rey. Fue la final que tenía que redimirnos en parte de la UEFA de Leverkusen la que tenía que traer un título en blanquiazul después de 60 años… la primera final de mi vida.


Recuerdo el viaje de ida en el tren que había preparado la Penya Espanyolista del Perico Ferroviari. Recuerdo los nervios y la alegría contenida de la gente que tenía la convicción de que aquella sería nuestra gran tarde.

Recuerdo la llegada a la estación de Valencia, el ambiente, las banderas, las bufandas, las caras pintadas y los cánticos.

Recuerdo a Draculín, su voz carajillera y el decrépito peluche que cargaba a hombros.

Recuerdo como tomamos las calles de Valencia, los ánimos de los valencianos y los cruces con los seguidores colchoneros, que se tomaban a cachondeo el descenso a segunda que habían tenido que sufrir días antes.

Recuerdo mirar hacia abajo en las gradas de Mestalla y marearme de tan empinado que es… y la soporífera previa del partido tan solo animada por Sergi Mas y las Cheerleaders de los Dragons.

Y empezó el partido… y a los dos minutos pasó esto:

Recuerdo las caras de desconcierto, los “¿Qué ha pasado?”, los “¿Ha dado el gol?” y finalmente la alegría desbordada pasados 15 segundos tras la jugada de pillo de Tamudo.

Allí empezó la fiesta. Pero todos esperábamos algo más. Esperábamos que un tal Sergio González también marcase. La convicción de los pericos era que todas las ocasiones que había fallado en Liga quedarían compensadas el 27/5/2000 en Mestalla. En las apuestas blanquiazules los goleadores tenían que ser Tamudo por su habilidad goleadora, y Sergio por su perseverancia. El propio Sergio bromeaba sobre ello días antes del encuentro.

Todo estaba escrito de antemano, el Atlético estaba en segunda y nosotros celebrábamos el Centenario del Club y nos plantamos en la final tras dejar en la cuneta al Real Madrid, gracias a un gol de Posse y una pifia de Bajlic en el último minuto. Y como en las grandes obras de teatro, se hizo esperar para dar emoción. En el minuto 85 se cumplió el guión:

Y llegó la tranquilidad.

Jimmy Floyd Hasselbaink marcaría el 2-1 en el 90’, para asustarnos durante 3 minutos, porque sabíamos que tendríamos que sufrir aunque sólo fuera un poco. Pero ya estaba hecho. Fin del partido… final feliz.

Recuerdos, recuerdos y más recuerdos…

Recuerdo el final y la alegría desbordada, los jugadores corriendo de un lado al otro. Cavallero subiéndose a la red de la portería como si de una hamaca se tratase tal y como dijo que haría, a Sergio con la bufanda en la cabeza, mientras la mitad blanquiazul de Mestalla (yo incluido) bailaba la infame “Bomba” de King África. Recuerdo a Lautaro, el hijo del central Rotchen dentro de la Copa.

Recuerdo el abrazo con mi padre y las lágrimas que compartimos, totalmente ajeno a lo que nos depararía el futuro. En aquel momento, el futuro no existía.

Recuerdo a mi hermana aun más contenta que el día que le marcó un gol con el culo al Barça.

Recuerdo ahora, como recordé entonces a mi abuelo, que me condenó de por vida a ser perico, condena que he cumplido de buen grado durante mis 26 años como socio. Si hacéis cuentas os percatareis de que tengo más años de socio que de existencia. No hay mejor manera de definir a mi abuelo.

Recuerdo a la gente del FBI y la conga del Perico en el viaje de vuelta, los “jiji”, “jaja”, los “pero yo no he visto el gol de Tamudo”, los “es que estaba cantado que Sergio iba a marcar, si ya te lo dije yo” y el mítico “Voy a mear” respondido con un elocuente “recuerda que si te la sacudes más de tres veces es una paja”.

Hoy vuelvo a mirar hacia atrás, 10 años más viejo, más alto, más calvo, con el bachillerato terminado, con las neuronas un poco mejor amuebladas, habiendo conocido a algunas de las personas a las que más aprecio, con un poco más de rodaje en ciertos aspectos.

Pero recuerdo aquella sensación: Piel de gallina, escalofríos, extraños tirones musculares que me obligan a dibujar una sonrisa y lágrimas. Es la misma sensación, manchada de nostalgia. La nostalgia de recordar que no estamos todos, aunque por otro lado, la familia ha crecido.

Algunos de los que me leéis no tenéis ni repajolera idea de lo que estoy hablando. Es normal. Pero a los que sí me entendéis, os dejo una frase incompleta que tiene tanta validez hoy, como la gloriosa noche del 27 de mayo del 2000, cuando fue escrita:

“Gracias por ser como sois…”

Pero la sensación que caló en mis huesos hace 10 años fue que durante unas horas, fuimos campeones,… fuimos inmortales.
Aquella noche por fin volamos.


1 comentario:

Marina5 dijo...

¿Dónde debe estar el escrito que hizo papá esa noche? Tenemos que encontrarlo!!!!